Ayer en una corta charla, el pintor me dejaba entrever esa imaginación y esa fuerza conceptual que le ha permitido bucear por el agua dulce del arte, esa necesidad de atrapar lo inaprensible, lo inatrapable, ese espacio que no contiene límites, que no consiste en una distancia, sino en el viaje lúdico, en el arañazo de la sinrazón, en esa azarosa pasión que lleva al artista a descubrir el quinto pie del gato.
A la manera de ese trovador, de ese juglar empedernido, Paco Ibáñez, RODNEY ZELENKA, nos propone un viaje fantástico, un viaje que agudiza nuestros sentidos, que nos haga atravesar el campo de la técnica y de la conceptualización, para llegar al campo magnetizado de los sentidos, ese campo sagrado que está invadido de amor, dolor y humor, que hace trizas nuestra reflexión, que dinamita nuestra inteligencia, porque contiene a duras penas, el sonido de un beso, la vertiginosidad de una bala, el temblor y el terciopelo de un acto de amor, el mosaico de una vida.
Casi siempre el artista procede como Dios, o busca a ese Dios, al que no importa encontrarlo, sino solamente la obsesión que depara la búsqueda y como Dios inventa una realidad, llena de luz, asombrada de color, una realidad humana, filosófica, política, ecológica, irónica, nos da las claves para ingresar en una alquimia que busca reinventar el oro viejo del universo.
Raúl Pérez Torres
Crítico de Arte, Escritor Laureado
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